Pintar tan solo un querubín dorado. Toma las pinturas, los pinceles, gradúa la intensidad de la luz, se coloca la boina, cierra la puerta y ahora por fin el escenario y el modelo. Las cerdas de los pinceles van creando trazos débiles pero dinámicos. Plena inspiración. De vez en cuando levanta los hombros, hincha el abdomen y suelta un gran suspiro por su boca. Parece sencillo pero es difícil calcar su rostro en el espejo. La imagen es modificada por la mirada del artista e inclusive por la apreciación del receptor. No importa cuanto se esfuerce ¡Se parece tan poco a él! Ya no teme, pero se sabe un tanto limitado. Él, leguleyo estricto. Él, otrora adolescente rebelde. Él, artista escondido en una habitación se siente un tanto cercado. No ve mermadas sus fuerzas, pero si las de su entorno. Tal vez en otros tiempos la cosa hubiera sido mas fácil, pero hoy… No, hoy la batalla es un tanto mas compleja, pues han quebrado nuestras organizaciones primarias y es menester reconstruir todo desde un principio. Tan fundamental era la lucha que hoy pintó las lineas de su rostro en un espejo. Sonríe.
“No vendo mis retratos porque no existe un futuro comprador de mis ojos.”, dice mientras acopia tabaco en su pipa. Ha expuesto una innumerable cantidad de oportunidad sus cuadros. Ambiente perfecto: Una humilde salita de teatro en la esquina de su casa, una obra de Ibsen representada por amateurs, entrada gratis. Pero sus pinturas no son ubicadas para obligar al espectador a observarlas, sino que son colocadas en penumbras, como escondiéndose de la vida. Hay que saber mirar para encontrar sus pinceladas en las paredes, en un techo, formando parte de la escenografía. Muchos ignoran la existencia de este pintor, pero a él no le interesa que se conozca su persona. Él busca tender pequeños puentes que vayan de una pupila a la otra.
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