viernes, 26 de diciembre de 2008

El árbol del ahorcado


La necesaria y requerida reacción de lo inconsciente colectivo se expresa en representaciones formadas arquetípicamente. El encuentro con uno mismo significa en un principio el encontrarse con la propia sombra. Por otra parte, esa sombra es un paso angosto, una puerta estrecha cuya precaria angostura no puede eludir nadie que descienda a lo hondo del pozo. Pero hay que conocerse a sí mismo para saber quién se es, puesto que lo que viene después de la muerte es, inesperadamente, una ilimitada extensión llena de inconcebible imprecisión, en la que al parecer no hay ni fuera ni dentro, ni arriba ni abajo, ni aquí ni allá, ni mío ni tuyo, ni bueno ni malo. Es el mundo del agua, en el que flota, suspenso, todo lo vivo, donde comienza el reino del «simpático», del alma de todo lo vivo, donde yo soy inseparable y soy éste y aquél, donde experimento en mí al otro y el otro me experimenta a mí como al yo.”


C. G. Jung. Sobre los arquetipos de lo inconsciente colectivo


Todo se unía eternamente con babas transparentes en todos los espacios del tiempo. Eran sus ramas que limpiaban el horizonte, era el tabú de la muerte escondido detrás de una soga, eran las manos de la lluvia que se crispaban al reconocer nuestros cuerpos. No teníamos el deber de serlo, de inventarlo, de escucharlo, de sentirlo, sin embargo allí estábamos, con las mismas preguntas e idénticos hallazgos. Tal vez la danza de los estratos horizontales tenía un poco de este ingrediente místico destilado en los anales mas recónditos de la humanidad. No escapamos de nuestras casas para buscarnos, sino que esperamos sorprender nuestras miradas en la penumbra del destino. Estos tiempos quieren colocar sombreros metálicos sobre nuestras almas, pero cometemos el pecado de seguir experimentando la magia.


Somos nosotros hace mil años pero en este instante

somos viento, molinos, espesa transparencia, comisura de labios.


Somos profundamente animales, somos hermosamente humanos.



miércoles, 17 de diciembre de 2008

Excepto Yo, Viejo Rey

Me reventó verme asi esa tarde cuando llegué del trabajo: Una camisa desarraglada, el pelo todavía mojado, la corbata floja, un chaleco puesto en su lugar. El espejo me devolvió eso que yo escupí siempre: una asquerosa vida de oficinista. Ya no tenía tiempo para soslayarme en la lectura de Neruda, De Bukowsky. Antes de llegar a casa, en el colectivo, el monte me golpeaba indirectamente las retinas, como queriendo explicarme algo. Apoyé mi cabeza sobre el cristal y traté de evitarlo, pensando en la acidez estomacal, en las redes, en lo que nunca sería, pero el cerro seguía chistandomé de adelante. Lo quería, en cierta manera ambos nos respetabamos a nuestra manera y con nuestras diferencias: El con sus vientos, yo con mis silencios. Recuerdo de chico que esa pequeña elevación era la medida de todas mis pretenciones, las otras montañas andinas por mas que lo duplicaran en tamaño no tenían lo que ese morro ostentaba, un gran arbol bandera en el punto mas alto. Pasaba horas mirando con mi telecospio Tasco 30x (un regalo que mi viejo me hizo cuando vio que me la pasaba mirando el cielo y tropezaba con cuanta piedra encontraba) el frondoso follaje que coronaba a mi hermano. Elucubraba miles de teorías: En ese arbol se había ahorcado el borrachin del barrio, vivía una comunidad de pajaros sin derecho a migrar, habitaba un hermitaño. Nunca olvidé la primera vez que subí el morro para conocerlo personalmente. El camino no me llevó mas de 20 minutos, pero al llegar a la cima del monte, me di cuenta que encontrar ese arbol (Mi arbol) que tanto alardeaba ser diadema de la elevación iba a ser imposible, puesto que desde su misma altura todos sus hermanos eran iguales, no habian reyes, ni ahorcados, pero si muchos pajaros que amaban la paz de esos muchos arboles que se abrazaban. Y ahora si, lo miro, busco la perla verde en su cima, y desde lo alto el esqueleto de un lujoso hotel llena de colera las entrañas. No pude evitarlo, alambraron tus laderas, dinamitaron las entrañas y te pusieron ese estupido gorro de metal. Excepto yo, Viejo Rey, nadie te lloró.

jueves, 11 de diciembre de 2008

La Mirada Transhumante



Tengo miedo de perseguirte y descubrir que no puedo hacer nada con lo que encontré.”

(Un amor de Camila)

Una increíble sensación de libertad se arrastra tras mis huellas. Tanto campo inculto poseo que no pertenezco a nadie y a ningún patrón le tengo que rendir cuentas por trotar en la llanura infinita. Cientos de estrellas penden de un meditabundo cielo ahí arriba, cobijando el universo de mi mirada trashumante. No quiero tus brazos sobre mi hombro, quiero la cruz de tu corazón alumbrando el añil del futuro. Se libre, la melodía que mana de tu corazón es el fruto que debe madurar con los rayos del tiempo.

Sonreí al espejo y explicale como se cayeron rodando todas las noches que extraviaste la mirada en el callejón de tu vacío voluntario. No dejés que el corazón se escape por tus venas mientras el huracán del desconcierto golpea el umbral de las esperanzas.

 
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