Un mar de espectros deambula por su psique y de una buena vez en su vida está lejos de todo, o mejor dicho está inmerso en todo pero poco le interesa ese todo. Una y otra vez recorre su mirada descifrando en las niñas de esa mujer los códigos de su propia vida. Uno a uno los símbolos van cayendo en su lugar y amoldándose perfectamente al mapa virgen del presente. Una mueca insondable de placer y deseo de acción embarga sus vidas. Ya no era una simple maquina de pensar y sentir sino que había conjugado las palabras con los músculos de sus manos. Como en el caso de los duraznos, para este momento ya tenia planes bien definidos. Ahora por fin y de una buena vez, pertenecía. No a un todo, sino a una sola persona.
La mesa está bellamente decorada y las velas pretenden que se den por ignorados los avances tecnológicos. Enciende un sahumerio de sándalo, comprueba la música. Aparentemente todo en orden. Solo queda esperar. Esperar y esperar. Entregar y entregar. ¿Qué mas quieren de él? El celular se mueve nerviosamente en sus manos. No quiere hablar. Tenía la certeza de antemano que el mundo no le iba a regalar ni siquiera un instante. Pero, ¿Regalar? ¿No había decidido accionar en vez de pensar? ¿Por qué está pensando solo? ¿Por qué se pregunta si ha mordido suficientes duraznos? Se decide, desbloquea el celular y escribe: “Todo es perfecto, excepto por tu ausencia”. Envía. Seguramente habrá reído de la frase, pensó “¡Que idiota!” y convirtió su grito desesperado en basura digital. Del otro lado, el pensamiento se convierte en la acción esperada, pero solo hasta cierto punto. Algo en lo recóndito de su alma le martilla las neuronas y el corazón. El golpe es leve, pero no imperceptible.
Sus ojos se han extraviado en una réplica de Münch, y desde lo lejos percibe compañía. Enciende un cigarro que explora su cuerpo como una bala inteligente. Vuelve a sentirse acompañado y hasta acosado. Una mano ejerce una placentera presión sobre su hombro derecho. Sabe quien es la causante, pero teme lo peor. Continúa fumando. La mano recorre su espalda y luego se dirige hacia la cabellera, la acaricia desenfrenadamente y a continuación se vuelve a posar sobre el hombro derecho. Cree que es la oportunidad de mostrarse con temor y seguridad ante un hecho simple. Gira su cabeza y observa lo que esperaba observar: La mano no pertenecía a un cuerpo real, la mano era propiedad de un cuerpo invisible que solo en algún lugar exótico podía existir, pero no justo allí. Exclama: “¡No puedes volver a donde nunca has estado! ¡Sólo tu mano…! ¡Sólo tu mano…!”
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