“La necesaria y requerida reacción de lo inconsciente colectivo se expresa en representaciones formadas arquetípicamente. El encuentro con uno mismo significa en un principio el encontrarse con la propia sombra. Por otra parte, esa sombra es un paso angosto, una puerta estrecha cuya precaria angostura no puede eludir nadie que descienda a lo hondo del pozo. Pero hay que conocerse a sí mismo para saber quién se es, puesto que lo que viene después de la muerte es, inesperadamente, una ilimitada extensión llena de inconcebible imprecisión, en la que al parecer no hay ni fuera ni dentro, ni arriba ni abajo, ni aquí ni allá, ni mío ni tuyo, ni bueno ni malo. Es el mundo del agua, en el que flota, suspenso, todo lo vivo, donde comienza el reino del «simpático», del alma de todo lo vivo, donde yo soy inseparable y soy éste y aquél, donde experimento en mí al otro y el otro me experimenta a mí como al yo.”
C. G. Jung. Sobre los arquetipos de lo inconsciente colectivo
Todo se unía eternamente con babas transparentes en todos los espacios del tiempo. Eran sus ramas que limpiaban el horizonte, era el tabú de la muerte escondido detrás de una soga, eran las manos de la lluvia que se crispaban al reconocer nuestros cuerpos. No teníamos el deber de serlo, de inventarlo, de escucharlo, de sentirlo, sin embargo allí estábamos, con las mismas preguntas e idénticos hallazgos. Tal vez la danza de los estratos horizontales tenía un poco de este ingrediente místico destilado en los anales mas recónditos de la humanidad. No escapamos de nuestras casas para buscarnos, sino que esperamos sorprender nuestras miradas en la penumbra del destino. Estos tiempos quieren colocar sombreros metálicos sobre nuestras almas, pero cometemos el pecado de seguir experimentando la magia.
Somos nosotros hace mil años pero en este instante
somos viento, molinos, espesa transparencia, comisura de labios.
Somos profundamente animales, somos hermosamente humanos.
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